Artículo publicado en Diario del AltoAragón (17 de noviembre), firmado por los profesores Enrique Cebrián, José Carlos Ciria, Millán Díaz y Carmen Marcuello, profesores, miembros de la candidatura RedPensarUZ:

En La Jornada de un Interventor Electoral Italo Calvino describe con desencanto el riesgo que corre la democracia de convertirse en una jornada gris que languidece embotada por el tedio, algo que sin duda destiñe el ideal. En ocasiones, sin llegar a tanto, el problema es un problema de manejo. César Rendueles cuenta en su último libro esta anécdota: “Una madre retó a sus hijos adolescentes a que usaran un teléfono analógico con dial de rueda. Tras unos minutos de desconcierto, al fin conseguían entender cómo había que girar el disco. Pero entonces se equivocaban al marcar y preguntaban desesperados “¡¿Cómo se borra?!”. Aun así, no conseguían llamar: no sabían que había que descolgar el teléfono antes de marcar el número”.

Algo parecido nos pasa con la mecánica participativa en la Universidad, una institución dotada de herramientas democráticas que no siempre sabemos manejar. Y es que la participación no nace, se hace a partir de unas reglas previamente definidas, una cultura organizativa que la favorece y unas estructuras que lo permiten. En la Universidad de Zaragoza nos encontramos con que los órganos de participación existentes han sido vaciados de capacidad y competencias. Así, tenemos un Claustro que ni realiza un verdadero control ni decide cuestión alguna, unas Juntas de Facultad que están al albur de los equipos decanales o unos Consejos de Departamento a los que no acuden sus miembros y los estudiantes (con representación en los mismos) brillan por su ausencia.

Pero, frente al desánimo, una evidencia: la sociedad está llena de vida. Y la Universidad de manera muy específica también. Si compartes un café con un estudiante o un trabajador (PAS o PDI) no es raro descubrir inquietudes, proyectos y logros merecedores de ser apoyados. Esa vida se resiste a llevar su voz a los cauces institucionales y eso constituye un reto que debemos abordar.

Estas carencias democráticas pueden solventarse eliminando las estructuras que las soportan y dando pasos hacia un control más gerencial y externo o, por el contrario, recuperando el sentido con el que se fundaron y resolviendo los problemas de la democracia con más democracia. Así, experiencias como los presupuestos participativos (como ya hacen las Universidades Complutense, de Almería, Oviedo, Cantabria, Murcia o Politécnica de Cartagena), la dotación de recursos económicos a las Delegaciones de Estudiantes para que tengan verdadera capacidad de acción, el “sorteo cívico” (grupo de personas escogidas de manera representativa entre la comunidad universitaria para deliberar, escuchando a expertos e intercambiando opiniones, y obtener unas conclusiones sobre alguna cuestión concreta que después trasladan a los responsables, lo que reduce el desgaste que representa el tener que saber de todo para poder participar) y otras que han tenido que desarrollarse en nuestra Universidad a causa de la situación generada por la COVID-19 (es decir, más por necesidad que por voluntad previa de la estructura), como los Consejos o Juntas por videoconferencia o el voto electrónico (que inauguramos en estas elecciones a Rectora), entre otras que se pueden experimentar, permiten ampliar espacios que favorecen un contexto más participativo.

Esta búsqueda de herramientas facilita la implicación y el formar parte de la vida universitaria, a pesar de los tiempos cada vez más acelerados.

Somos universitarios. Reivindicamos la participación, el sentirnos miembros de la comunidad de Unizar. Se necesitan incentivos eficientes que recompensen el esfuerzo que supone, ya que los existentes actualmente en la Universidad son muy cicateros para los estudiantes (créditos ECTS que no necesitan para obtener su Grado) y muy costosos para la Universidad en materia de PDI (reducción de horas de docencia de personal permanente, que supone contratar más Asociados).

Esta participación tiene que tener, además, resultados tangibles. Si no se es escuchado, ni las propuestas son recogidas en la mayoría de las ocasiones (como señalan los representantes de estudiantes), es muy difícil que esta participación se mantenga en el tiempo.

Es necesario repensar e innovar. Repensando nuestra cultura participativa, la Universidad podría convertirse en una “escuela de democracia” para una ciudadanía formada no solo en conocimientos, sino también en el compromiso con la sociedad.